ANTEPRIMAVERA

10.09.2012 14:12

 

  Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, el domingo 9 de septiembre de 2012       

 ANTEPRIMAVERA

 Por:  Clara Riveros Sosa

Perdimos la cuenta de cuántos días llevamos, aquí y en toda la zona, bajo un cielo cubierto de nubosidad tenue, de un gris borroso, con la atmósfera impregnada de polvo y humos, resultado estos últimos tanto de la prolongada sequía que nos aflige como de la contaminación que generamos y no detenemos. 
        Entretanto, hasta los menos supersticiosos tocan madera disimuladamente ante la sola imaginación de que  la agobiante falta de agua se transforme -vaivenes climáticos de por medio- en lluvias copiosas y violentas con secuela de inundaciones.  Sólo por las dudas, porque, pese a que se nos viene anunciando una primavera cálida y lluviosa,  confiamos moderadamente en las proyecciones meteorológicas, que, sabemos, sólo establecen una dirección aproximada: obran como advertencia. Estamos al tanto, asimismo, de que  las ciencias de la atmósfera trabajan con una materia fluyente, inestable, sujeta a una gran cantidad de factores y, por lo tanto, no emiten profecías irrebatibles.  
        En este orden de cosas, el invierno que se halla  concluyendo había sido anunciado como probablemente muy largo y muy crudo y, en efecto, nos deparó días y hasta semanas de temperaturas bajísimas y densas heladas que enmascaraban los paisajes mañaneros...pero fue breve y alternó los fríos y la escarcha con jornadas que hicieron remontar el termómetro hasta muy arriba de los 30°C  y que obligaron cuando menos a poner en función los ventiladores. Entonces, los que sí nos quedaron claros fueron los conceptos de imprevisibilidad y brusquedad.   Con un tiempo tan caprichoso aprendimos a no salir al exterior -ni por un rato- sin investigar antes el momentáneo estado del ambiente y a tomar recaudos para todo caso. 
         En este septiembre nos asomamos a la calle o a las ventanas y lamentamos que  los cielos incoloros no destaquen la belleza de la actual  floración de lapachos (rosados y amarillos), de las falsa caobas (1) (patas de buey) en variedad de tonos, de algunos escasos ceibos (2), de enredaderas multicolores, de moreras punteadas de frutitos rojos y morados. Vemos también que los árboles de mango se cubren con  una especie de nieve suavemente ocre: la floración que anticipa un verano repleto de frutas amarillas y jugosas.   Muchos viejos troncos lucen una cubierta de epífitas, algunas parecidas a flecos verdes y ésas y otras salpicadas de  florcitas pequeñas y entre ellas quizás circulen escurridizas lagartijas. 
         En el aire ciudadano se perciben de pronto unas repentinas islas de aroma que son la suma de tantas flores abiertas, casi sin perfume, pero que en conjunto prevalecen con su ligero toque primaveral sobre el ambiente polucionado. Y con alegre prepotencia nos imponen un movido espectáculo de vida: abejas, oscuros abejorros zumbadores, avispitas diminutas, picaflores brillantes, inquietos chogüíes celestes atentos a los mamones maduros y en plena aceleración de sus agudos gorjeos. Amaneceres y puestas de sol ya vienen acompañados por el canto de los zorzales que los comienzan y continúan aun en las sombras.  Algunas  golondrinas de tapera hace unas semanas que chillan y revolotean, de regreso de su migración hasta el norte del subcontinente o mucho más allá, hasta California, tal vez.
            Al disfrutar de todo esto -al mismo tiempo y una vez más- nos duele que no se advierta que tanta exuberancia es equiparable a una pacífica y desesperada  manifestación que clama, ante los oídos sordos,  por la vida que estamos dejando perder, cuando no la exterminamos lisa y llanamente. 
        Declinan o desaparecen el paisaje fuente de identidad, los bosques, los humedales, los pastizales, la vegetación que nos es propia, los espacios verdes urbanos, y junto a todos ellos  se va la fauna que los habitaba. 
        Como no se levantan censos, en este rubro las cifras no existen, pero cualquier buen observador puede dar fe de la veloz  disminución, aquí en el ámbito citadino, de la avifauna que lo enriquecía hasta hace pocos años, a lo que se añade  la significativa desaparición de numerosas especies. En este caso, no es posible para las aves trasladarse a los ecosistemas naturales  que están siendo arrasados.  Cuando no las matan la falta del hábitat, la actual  inexistencia de sus fuentes de alimentación o la intoxicación por agrotóxicos, la asimilación de estos últimos les impide una adecuada calcificación y los padres empollantes acaban por aplastar los huevos ante la endeblez de sus cáscaras. Esto es frecuente en las rapaces, que se ubican en la cumbre de la cadena alimentaria, lugar que no pone a salvo a estos animales que ¡vaya paradoja mortal! son los más limpios y eficaces predadores de roedores y de insectos dañinos para el agro.   
       Cómo acabamos de escribir “insectos dañinos” en el párrafo anterior, convendría que nos pusiéramos a reflexionar acerca de nuestra reacción espontánea ante la palabra “insecto”. Lo más probable es que se nos presenten inmediatas asociaciones con una supuesta necesidad de exterminarlos, ocurrencia fomentada por los fabricantes... de insecticidas, claro está.  Y olvidamos  la admiración que nos despiertan, por ejemplo,  las mariposas y  los escarabajos dorados; la deliciosa  miel que no ha podido ser reproducida en laboratorios;  la imprescindible polinización (ejercida por aves, insectos y los poco amados murciélagos) proceso que precisan para fructificar y para reproducirse tantísimas plantas y de manera especial aquéllas que cultivamos para nuestra subsistencia. Está demostrado que para la humanidad es imposible reemplazar tal función y por lo tanto  la desaparición de las abejas implicaría una catástrofe mundial sin precedentes en la historia. 
       Entre tantas omisiones que inevitablemente se nos escaparán al enumerar los casi infinitos  beneficios que nos deparan los insectos, no podemos menos que rescatar la acción predadora  (un control natural) que muchas especies de insectos realizan sobre otras que de algún modo  nos perjudican, y que ha llevado a que algunos países importen ciertos insectos con el fin de compensar los desequilibrios desencadenados.    
       Una más: recuerdo que las hormigas podadoras (tan perseguidas)  sustituyen en el control de la vegetación a los herbívoros eventualmente  ausentes de un lugar y que, además,  la forma en que mantienen sus cultivos de hongos en las oscuras profundidades del hormiguero  sin que el aire se contamine ni allí se desaten epidemias, determinó que los científicos investigaran sus interesantísimos sistemas de ventilación y los antibióticos naturales de que disponen.    Algunas aves, acosadas por sus parásitos externos,  acuden a las concurridas  bocas de los hormigueros  y, aun a riesgo de sufrir picaduras, se revuelcan en ese sitio provocando deliberadamente la agresión de las hormigas quienes las atacan soltando sustancias químicas que, a su vez, matan a los parásitos ¡Un insecticida completamente  natural y selectivo!     Y no sigamos porque el tema da para más que una biblioteca entera.    
         Detengámonos antes bien a pensar en todas las circunstancias –ninguna buena- a que da lugar la extinción de ecosistemas y especies y en qué estamos haciendo –si en verdad estamos haciendo algo - para frenar semejante desastre. Mientras tanto, recibimos las noticias de las extrañas rachas de calor, desusado y extremo, que se están sufriendo en otros continentes y en regiones que hasta ahora  ignoraban este tipo de fenómenos.  Para tomar en cuenta.
 
 (1) – Los bellísimos pata de buey criollos (Bauhinia forficata), con sus flores como blanquísimas 
        manos abiertas,  han sido dejados de lado en beneficio de sus “parientes” las otras bauhinias 
        importadas hace tiempo del Brasil. 
 
(2) -- ¿Por qué nuestro hermoso árbol nacional está casi ausente de los sitios tanto públicos como privados?
 
 
 
 
Las pampas y las selvas, los minerales,
debieran ser la gracia, nunca el castigo.
 
Atahualpa Yupanqui en Hermanito del mundo
 
 
 
¿Qué garantías puede pedir este capullo?
todas las fuerzas del planeta 
son más poderosas que él:
las sequías, el cemento,
el granizo, las tormentas,
las plagas, los animales...
pero si la semilla encuentra
su lugar, y a su tiempo
las firmes vainas ceden
bajo la suave presión del brote
el tallo se desovilla,
cubierto de tierno vello puja y puja;
cualquier cosa podría destruirlo. 
Él lo sabe...
y aun así, la flor se abre.
 
Ricardo Messina Sánchez, poeta bonaerense.
Parte del libro Fluvial, publicado en 1997 
 

 

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