LAS MADRES Y LA TIERRA...

23.10.2012 21:48

              Por Clara Riveros Sosa

Unos días atrás, una amiga nos envió un mensaje recordatorio de las fechas que se conmemoraban en esta semana. Consignaba que el 15 de este mes era el Día de la Mujer Rural, que el 16 correspondía al Día de la Soberanía Alimentaria y que estas celebraciones culminarán mañana,  domingo, con el Día de la Madre. No hace falta agregar nada más para enfatizar  la íntima conexión entre las tres expresiones; únicamente cabe añadir que el 18 (jueves pasado) fue el Día de la Protección de la Naturaleza y ojalá  pudiésemos acercar también al Día Internacional de la Madre Tierra pero a éste  se le ha  destinado el 22 de abril.  Esta última fecha había sido establecida hace tres años por la Asamblea General de las Naciones Unidas al aprobar el proyecto en ese sentido que presentara Evo Morales, presidente de Bolivia. Aclaremos que el 22 de abril ya estaba consagrado como  Día de la Tierra desde 1970, también por decisión de la ONU, pero sólo recientemente y a nivel mundial, se le reconoció a nuestro planeta su condición materna.   
       A muchas personas dicho reconocimiento y toda mención de la Tierra que la personalice presentándola en calidad de ser vivo, les provoca cierto rechazo porque  creen ver en tales actitudes  una especie de antropomorfismo, palabra que significa la atribución de características humanas a elementos no humanos, algo lindero con un sentimiento supersticioso y hasta con una idolatría. Cuestión aparte de todo desvío o exageración en cualquier sentido, el hecho de entender a la Tierra como madre sustentadora, nutricia,  digna del mayor de los respetos, se halla presente en todas las culturas tradicionales del mundo y entre ellas, claro está,  en las culturas aborígenes de nuestra América. La Gaia de los antiguos griegos (1) participaba de este concepto ancestral y el prestigioso científico James Lovelock (calificado como uno de los grandes pensadores de nuestra época por numerosos pares suyos y por destacadas publicaciones científicas)  la tomó como metáfora e insignia de su no menos famosa Teoría de Gaia que comprende a la Tierra como a un organismo íntegro.   Entre muchos otros con ideas similares, Leonardo da Vinci, según nos lo recuerda Crispin Tickell (2), “...interpretó al cuerpo humano como a un microcosmos  de la Tierra, y a la Tierra como al macrocosmos del cuerpo humano”.  
       También y por largo tiempo han sido considerados como prácticas supersticiosas los antiguos rituales que diferentes pueblos  cumplían antes de derribar un árbol o de salir de cacería- actividades todas destinadas a su propio sustento- ceremonias con las cuales se pedía permiso a la Naturaleza, a la Creación, a entidades superhumanas,  para que perdonaran la sustracción –respetuosa y responsable- que ejercerían  a los fines de la pura supervivencia, ceremonias que revelan, además, un reconocimiento de la fraternidad que nos enlaza con todo lo vivo e inerte de este mundo.  
       Lo cierto es que la variada multitud de seres vivos que la habitamos, sin excepción, somos hijos inseparables de la Tierra, unidos a ella de un modo absoluto por un cordón umbilical imposible de cortar.  Véanse si no todos los proyectos de investigación que pretenden llevar gente al espacio y que tropiezan con enormes dificultades y apenas las resuelven para un breve espacio de tiempo, diseñando aplicaciones para astronautas individuales  cuidadosamente seleccionados a la vez que  implementan una infinidad de dependencias tecnológicas. Tantos  esfuerzos apuntan a vencer sólo momentáneamente ese lazo, apenas por unos días o unas horas. Es que estamos configurados según la Tierra.
      Estas circunstancias que se dan de una manera irrebatible nos enfrentan con la necesidad real y urgente de  honrar y preservar a esta madre, que -nos guste o no presentarla como tal-  es nuestro único hogar en el universo y un hogar hasta aquí bien provisto  (como el útero materno) de cuanto necesitamos para desarrollar nuestras existencias y que es dispensador de una cantidad de singularísimos mecanismos reguladores y protectores de la vida, por cuanto preservar su salud integral se constituye en una meta y un interés primordiales e irrenunciables. Es con esa preocupación muy presente que en la actualidad se desea que la Tierra sea considerada  definitivamente como sujeto real de dignidad y derechos.
      En esta ocasión recordemos que en todos los pueblos y culturas que podamos evocar e investigar, indefectiblemente, la Tierra tuvo siempre cualidad femenina y así también cuando se la representó en  imágenes. 
      Hoy, por el día de mañana y siempre, enviamos un saludo muy cálido y especial a todas las mujeres, a las que tiene hijos y a cuantas tienen y reparten  alma y corazón maternal.  
  
(1) - Equivale a la diosa Tellus de los romanos, nombre del que deriva la palabra telúrico (relativo o 
         perteneciente a la Tierra y a su influencia).
(2) - Crispin Tickell: Británico, escritor, diplomático, experto en clima, historia y política. 
 
- “Creo que el empeoramiento de la salud de la Tierra debe ser nuestra mayor preocupación, pues nuestras vidas dependen de que el planeta se mantenga sano. Su salud debe importarnos más que cualquier otra cosa, porque garantizar el bienestar del cada vez mayor número de habitantes requiere que el lugar en que vivimos esté fuerte.”  
James Lovelock, en La venganza de la Tierra, 2006
 
 
 
 

 

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