PALABRAS Y TRAMPAS

03.03.2012 17:04

 

Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, el sábado 25 de febrero de 2012

                 PALABRAS Y TRAMPAS

                                                       Clara Riveros Sosa

A lo largo de muchos millones de años los seres vivos evolucionan y se diferencian de tal modo que, cualquiera que estuviese ajeno a lo sucedido, creería que, salvo el hecho de poseer  una Vida,  las especies actuales no tienen entre sí nada más en común. Los complejos estudios que hoy son posibles permiten humillar la soberbia humana demostrando que, a un nivel genético,  estamos sumamente emparentados no solamente con los ratones, que por lo menos son mamíferos y bastante inteligentes, sino con unas moscas que  hasta allí se hubieran visto con más asco que respeto.    

El lenguaje humano, en tanto, es una elaboración cultural que, por proceder de seres vivos, participa de la  capacidad de éstos de transformarse, envejecer, y también de morir, aunque dicha capacidad se  desarrolla en períodos muchísimo más breves, ajustados a los tiempos vitales de los hablantes (y escribientes).   

Muchas lenguas han desaparecido y, en las que hoy existen, lógicamente, las palabras se extinguen o pasan por mutaciones a veces extremas que, en alguna oportunidad, hasta les otorgan un sentido completamente opuesto al original.  

No es nuestro propósito incursionar en la ciencia lingüística, pero sí señalar ya no las modificaciones que son esperables porque responden a la dinámica propia de los idiomas sino las premeditadas manipulaciones a las que actualmente resultan sometidas muchas palabras. Se trata de un proceso de apropiación, vaciado de contenido y con un posterior uso fraudulento.   

Esas maniobras interesadas se operan sobre vocablos que atañen a diversas cuestiones,  pero muy especialmente sobre aquéllos que tienen que ver con el ambiente, porque hoy no es políticamente correcto aparecer como anti-ecológico, anti-ambiental o insustentable. Y decimos “aparecer”, porque ser es otra cosa. Para disfrazar las intenciones nada mejor que usurpar los términos  que se estiman correctos y utilizarlos de una manera tan mezquina que ahora hasta sus usuarios tradicionales se resisten a emplearlos por la cantidad de falsedades a las que se les está haciendo servir de tapa.

 Muchas veces hemos señalado en esta columna la distorsión que ha sufrido la palabra sustentabilidad al ser aplicada indiscriminadamente y con un sentido meramente economicista, contable, encuadrado en lo que un famoso economista crítico denominaba algo que se podría traducir como “aritmético-manía” (1). Recordamos que desarrollo sustentable se ha venido entendiendo, en verdad,  como la utilización moderada y apropiada  de los recursos naturales para no agotarlos ni degradar el ambiente, a la vez que manteniéndolos disponibles en beneficio de  las futuras generaciones.   

Del mismo modo, en estos días  la palabra  “ambientalismo” está padeciendo el mismo manoseo. En muchos -demasiados lugares- grandes empresas y gobiernos se asocian para consumar atropellos contra los ambientes locales so pretexto de cierto “desarrollo”(otra palabra trastrocada) que constituye en realidad una desaforada actividad extractivista y contaminante.  Ante las resistencias populares que genera este saqueo, desde los espacios involucrados en la explotación se hace referencia a “los ambientalistas” con un insidioso tono peyorativo, más bien denigratorio. Ser ambientalista significa ejercer la defensa y cuidado de la estabilidad y salud del ambiente (2) y contar con ello configura  un derecho ciudadano explícitamente contemplado en las constituciones nacional y provincial; por lo tanto ser ambientalista no representaría ningún demérito, al contrario. Pero ocurre que a los sacrificados vecinos, plenamente conscientes de lo que les deparará el futuro con tales proyectos, en un afán por desmerecer su férrea actitud se los  quiere hacer pasar así  por activistas de organizaciones eminentemente urbanas que, supuestamente, no tendrían ni idea de las realidades lugareñas y que, también supuestamente, responderían a objetivos extraños que nunca se explicitan.

     Por todo eso nos atrapó con su veracidad  la imagen en un video de una modesta pancarta portada por un vecino de una de esas localidades precordilleranas, de pinta bien criolla él, que rezaba: "No somos grinpís [sic].  Somos la ballena".

 

(1)  Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) es el economista de referencia. Serio crítico de las teorías económicas tradicionales, planteó la necesidad de transformar el concepto de producción, de encararla con estudios interdisciplinarios y de cambiar el papel que la naturaleza cumple en aquellas teorías, en las cuales ella es considerada sólo como un inerte y permanente almacén de  “stocks” destinados a la producción.

 

(2) Lo hemos repetido en incontables oportunidades  en esta columna pero va una más: el ambiente es tanto natural como cultural, por  lo cual comprende a la humanidad ( y ésta, a su vez,  participa tanto de la naturaleza como de la cultura).   

—————

Volver