21 DE SEPTIEMBRE: DÍA INTERNACIONAL CONTRA LOS MONOCULTIVOS DE ÁRBOLES.

21.09.2011 10:32

 

MÁS ÁRBOLES, PERO NO CUALQUIER ÁRBOL (Por Clara Riveros Sosa)

 

 ... En este hermoso período –breve quizás-, cuando el ambiente se muestra tan benigno, pareciera que se dan las mejores condiciones para amigarnos con la naturaleza. Pero para eso hay que detenerse a observarla, a reflexionar sobre ella, a intentar comprenderla, a seguir los hilos de sus tramas -a la vez sutiles y extremadamente complejas- en las que nuestras vidas están insertas e interactuando, por más que permanezcamos ajenos y despistados acerca de la existencia de esa red que nos contiene.

  Tan poca atención se presta a la urdimbre de la vida que se termina por no verla en su integridad sino fragmentada y separada en casilleros, lo que vuelve muy difícil la comprensión de lo relacionados que están cada una de esos “sectores” que aislamos. Como esa aislación se da sólo en nuestras mentes y conductas pero no en la realidad, se provocan así resultados catastróficos.

  Es de esa manera que no conectamos los problemas que sufrimos con nuestros propios actos que los desataron. Últimamente vivimos agobiados por los fenómenos meteorológicos de una atmósfera alterada, pero la preocupación lleva casi siempre a idear estrafalarias soluciones tecnológicas (cuando no más desastrosas todavía) o a visualizar a las situaciones críticas como a tentadoras posibilidades de nuevos y grandes negocios; todo antes que recurrir a la alternativa sensata de detener las causas y abocarse prontamente a moderar y paliar los efectos de un desorden climático que ya resulta incontenible.  

  En esta parte del mundo estamos sobrellevando los castigos simultáneos de inundaciones, fatales sequías, suelos erosionados, calores más agobiantes, fenómenos meteorológicos más violentos e imprevistos. Y como toda calamidad, ésta no es (ni puede serlo nunca) puramente ecológica, sino que va acompañada de sus más temibles consecuencias socioeconómicas. Sin embargo, la depredación que se comete sobre la naturaleza sigue aquí su curso como si nada.

  El cambio climático mundial se refuerza, por un lado, por las emisiones de gases de efecto invernadero (las quemas de bosques también los producen) y, por otro, por el descomunal arrasamiento de la vegetación que podría absorberlos. Este hecho global se repite en escala menor en cada población, y peor cuanto mayor es ésta. Cada ciudad genera su propia isla de calor potenciada por el cemento que acumula la temperatura del día a la vez que la irradia por la noche, y potenciada también por la escasez creciente de espacios auténticamente verdes con abundante forestación, por la disminución lamentable tanto del arbolado de veredas como de los patios y jardines particulares con tierra, plantas herbáceas, arbustos y, reiteremos, con muchos árboles. No obstante, el arbolado urbano de Resistencia no se limita a encontrarse en retroceso, sino que en muchos -demasiados- barrios es mínimo o casi inexistente desde sus comienzos, como si el sol no los azotara nunca. Allí se superponen la costumbre, característica de los responsables de las nuevas urbanizaciones, de primero allanar cuanto sobresalga en el terreno -sin respetar ni siquiera la vegetación preexistente que no estorbaba a las construcciones- más el abandono en que caen luego los propietarios, achicharrados por el verano pero tardos en advertir los notables beneficios de un vecindario verde y sombreado, y también reacios a la sola idea de verse obligados, en algún momento del año, a barrer hojas o flores caídas.  

  A estas actitudes disociadas que se reproducen en todos los órdenes, se le agregan, en el ámbito rural, y como si no hubiera suficiente con la desolación promovida por topamientos e incendios, los planes de forestaciones industriales que distorsionan el sentido de poblar la tierra de árboles, implantando falsos “bosques” aunque sus impulsores insistan en llamarlos así. Son monocultivos de árboles exóticos que implican quitar previamente la flora nativa, son uniformes, sin biodiversidad, no atraen a la fauna autóctona, no crean sotobosque, no son fuente de trabajo, y sumamente importante: consumen el agua de las napas, con frecuencia hasta el agotamiento y, por todo lo apuntado, van en detrimento de la vida de las comunidades y los pobladores rurales al ocasionar la pérdida de sus actividades habituales, de sus posibilidades de sustento y, como vimos, hasta del agua más indispensable.

  Aun los monocultivos de especies nativas –algo mejor que los de foráneas- siguen siendo monocultivos y no bosques, porque los verdaderos bosques son infinitamente más que un conjunto de árboles, constituyen comunidades de seres vivos que durante siglos o milenios construyeron una especial y cruzada relación de interdependencia, entre sí, con el suelo y con el clima, que es como decir que “aprendieron” a convivir, intercambiar, y a estar estrechamente comunicados. Vista así esta relación, se entiende lo imposible que resulta restaurarla una vez devastada.

  El pasado 21 de septiembre fue el Día Internacional Contra los Monocultivos de Árboles. Cabe aclarar que esta conmemoración no fue establecida por algunos locos románticos, habitantes de ciudades, sino por la unión de muchas asociaciones que, en los más diversos lugares del mundo (África, el sudeste asiático, América latina y Oceanía), reúnen a campesinos y aborígenes que han sufrido, sufren, y siguen resistiendo como mejor pueden los males causados por la destrucción de sus bosques y por la implantación de estos cultivos que irrumpieron y se extendieron sobre sus antiguas tierras acorralándolos y sumergiéndolos en la miseria

 

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