Luis E. Sabini Fernández (especial para ARGENPRESS.info)
Nancy L. Swanson, de la Armada de Estados Unidos, al jubilarse inició una investigación. Difícil imaginar mejor aplicación de su tiempo y su capacidad. Abordando una cuestión tan escabrosa como trascendente: el deterioro de la salud humana.
A Swanson le preocupaba la incorporación de alimentos transgénicos a la dieta humana llevada a cabo de modo tan desproblematizado, como si se tratara de una modificación de detalle o de orden administrativo. Es decir, tuvo la misma reacción que tuvimos muchos que tomamos contacto con la cuestión y rechazamos su secreteo y la nonchalance con que las empresas y los organismos públicos avanzaron con “la novedad”.
La cuestión brotó al combinar la proliferación de enfermedades (nuevas o “renovadas”), y cierta insatisfacción ante los métodos asumidos por las autoridades públicas estadounidenses para habilitar el ingreso de los alimentos transgénicos a la dieta humana. (1)
Swanson no podía comparar simultáneamente (nadie puede) dietas transgénicas y dietas convencionales porque “el trabajo” de lobbying de los emporios de la ingeniería genética se negaron de manera radical al etiquetado de alimentos transgénicos y no hubo instancia pública ni resistencia social que los venciera, con lo cual se perdió históricamente toda posibilidad de rastreo de los posibles efectos que tales alimentos podían provocar (o no) en la especie humana en particular y en los organismos vivos en general y se perdió así la posibilidad de comparar grupos humanos que ingirieran alimentos transgénicos con grupos que no lo hicieran.
Desde mediados de los ’90 en que “entran al mercado tales alimentos” no existió un solo organismo regulador que les torciera el brazo en Estados Unidos y la situación en el resto del mundo no es mucho más auspiciosa: hay estados que han prohibido su producción, pero no su consumo, como Francia y Alemania; hay estados que han prohibido los transgénicos en general, pero coexisten con ellos, violando sus propias leyes, como Venezuela; los hay, como Zambia y Zimbabwe, que bajo la presión de organismos de la ONU, como el PMA, los han aceptado a regañadientes para consumo –a causa de hambrunas devastadoras que estaban sufriendo- pero no para producción propia; en otros que los han prohibido no resulta fácil verificar su alcance… En Brasil, por ejemplo, hubo una resistencia inicial contra los transgénicos, tanto desde algún sector político como gremial -el MST-, que generó enormes tensiones que los fazendeiros, interesados en la rentabilidad, supieron aplicar muy bien, desmoronando esa resistencia. Hay estados, como Argentina y Uruguay, donde no existe prohibición alguna, y más bien al contrario, aunque la propaganda oficial uruguaya todavía siga invocando “Uruguay país natural”, como un aporte más a la esquizofrenia política del gobierno del Fraude Amplio.
El único estado del que conozco una negativa total y absoluta a la producción y al consumo de alimentos transgénicos, tanto vegetales como animales, es Noruega.
Pero volvamos a Estados Unidos Queriendo conocer si había habido o no deterioro de la calidad alimentaria Swanson no podía, por lo que acabamos de decir, comparar en términos contemporáneos y le quedó únicamente el recurso de comparar en términos cronológicos, momentos en este caso de la historia reciente de Estados Unidos
Para lo cual tomó una serie de datos. (2)
Por ejemplo, registró exhaustivamente los alimentos transgénicos aprobados por la FDA (por su sigla en inglés, la Dirección Federal de Alimentos y Medicamentos). Vio que eran muchísimos para forraje o comida para animales, pero también unos cuantos para consumo humano: alfalfa, canola, maíz, melón, papaya, ciruelas, papas, radicheta púrpura, arroz, soja, remolacha, tomate, trigo…
Observe el lector que entre los “eventos transgénicos” figura el trigo. ¡Menuda cuestión!
Avatares de la ingeniería genética rebautizada biotecnología
Cuando los laboratorios de ingeniería genética iniciaron la aplicación de su técnica, se dieron cuenta que había vegetales con una estructura genética mucho más sencilla, que les facilitaba la transgénesis, es decir la inserción en una planta de un gen de otra especie con lo que se buscaba agregarle un rasgo hasta entonces ajeno a la naturaleza de esa planta. Era el caso de la soja y el maíz. Pero, poco a poco fueron acercándose a la transgénesis de plantas más complejas para encarar esa operación. Así, cuando a fines de los ’90, tales laboratorios, con Monsanto a la cabeza (y Syngenta, Bayer, Dow Chemical, Dupont, entre los punteros) prometieron la inminencia de arroces y trigos transgénicos, se elevó un movimiento de protesta de alcance mundial (aunque no bañó las orillas del Plata), de agricultores que les arrancaron a la industria -que ya entonces había abandonado por razones de imagen la ortopédica designación de “ingeniería genética” y adoptado la mucho más glamorosa (aunque menos precisa) de “biotecnología”- la promesa de no avanzar con la transgénesis de trigo y arroz, considerados los dos alimentos básicos del planeta. (3) El relevamiento de Swanson revela que el freno no fue durable.
El listado que acabamos de ver se refiere a vegetales que, aunque con diferencias en los momentos de implantación -la más vieja o "decana" es la soja-, desde mediados de los '90, al momento actual constituyen algo más del 90% del consumo total de alimentos vegetales en Estados Unidos (sin temor a equivocarnos, podríamos estimar para Argentina, algo por el estilo). Observe el lector el grado de dependencia en que ha ido entrando Estados Unidos (¿y Argentina?) respecto de los alimentos transgénicos.
Swanson establece los términos de la cuestión. Me permito la cita de un párrafo completo de su presentación, que titula: “Los datos muestra correlación entre aumento de enfermedades orgánicas y alimentos transgénicos”:
“Los datos sobre prevalencia e incidencia muestran una correlación entre enfermedades orgánicas y el aumento de comida transgénica en la provisión de alimentos, al mismo tiempo que un aumento de aplicaciones de herbicidas basados en glifosato. Cada vez más investigaciones revelan los efectos cancerígenos y de disrupción endócrina del Roundup a dosis más bajas que las autorizadas como residuos hallados en alimentos transgénicos.”
A propósito de esta observación de Swanson, existe una investigación de Colborn, Peterson y Dumanovski (4) que verificaba como uno de los núcleos problemáticos para la pérdida de fertilidad de diversas especies animales (humanos incluidos… ¿y vegetales?) la presencia de disruptores endócrinos (alteradores de hormonas). Sólo que la investigación, resumida en Nuestro futuro robado, ponía el acento en una causa entonces principal (no existían transgénicos); la presencia de plásticos, de termoplásticos, absorbidos involuntaria e inconscientemente por seres vivos. El trabajo de los biólogos estadounidenses, de los ’90, y este otro de Swanson revelan diversos factores causales de disrupción endócrina. Estamos, propiamente, asediados…